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Cambio climático y globalización: nubarrones sobre la salud animal

Vivimos en mundo totalmente interconectado en el que la información viaja a la velocidad de la luz y apenas existen fronteras, cordilleras u océanos que impidan comprar cualquier objeto. Esa tupida red que llevamos tejiendo desde hace siglos, cada vez con más hilos, tiene muchas ventajas pero también nos hace más vulnerables. Porque, al igual que bienes y datos se mueven de un punto a otro del planeta, también lo hacen los organismos causantes de enfermedades emergentes.

Por Caridad Calero

Tenemos interiorizado vacunarnos antes de viajar a un país exótico, pero ¿y si ciertas enfermedades acaban llegando a nuestro país antes de que consigamos visitar nosotros mismos aquella playa tropical con la que tanto tiempo llevamos soñando?

Pues bien, según indican las evaluaciones del IPCC y de la Organización Mundial de Sanidad Animal (OMSA) el cambio climático es el motor principal que impulsa a los organismos causantes de las enfermedades a buscar nuevos horizontes. Por su parte, podríamos ver al comercio global y las rutas migratorias de animales como las autopistas que conducen directamente hasta nuestro propio jardín, ese que hasta ahora habíamos aprendido a mantener bastante aseado.

El clima como motor

El cambio climático no es solo un problema de termómetros que suben, glaciares que se derriten, huracanes y grandes inundaciones de efectos devastadores, riesgos ya preocupantes por sí mismos.  Ciñéndonos a los problemas de salud global, el aumento de las temperaturas y la alteración de los patrones de lluvia están redibujando los mapas de distribución de los organismos patógenos y sus hospedadores. Estos últimos son aquellas especies —habitualmente insectos y otros pequeños organismos— que portan al agente causante de una enfermedad pero no la desarrollan. Si, por cosas de la biología, además de albergarla van dispersando dicha enfermedad los denominamos vectores y los vigilamos especialmente por la cuenta que nos trae. Debido a los cambios en el funcionamiento del clima, estos vectores están encontrando nuevos territorios donde instalarse y formar poblaciones viables.

Podemos citar como ejemplo reciente el primer brote de Dermatosis Nodular Contagiosa (DNC) en una explotación bovina del Alt Empordà (Girona) declarado a principios de octubre de 2025. Se trata de una enfermedad vírica en la que mosquitos, moscas y garrapatas actúan como vectores. Otro ejemplo bien conocido es la Lengua Azul, que está presente en todo el territorio español, salvo las Islas Canarias. Esta enfermedad, causada por un virus, afecta a rumiantes domésticos y silvestres y es transmitida por el mosquito Culicoides imicola. Este diminuto insecto originario de África ha encontrado en el sur de Europa unos inviernos cada vez más suaves que le permiten sobrevivir y un largo verano en el que estar activo, y por tanto transmitiendo la enfermedad.

No podemos olvidar tampoco la expansión de garrapatas en áreas donde antes no existían, que está aumentando el riesgo de transmisión de enfermedades al ganado y las personas en contacto con garrapatas: erliquiosis, piroplasmosis, tularemia, enfermedad de Lyme, fiebre botonosa mediterránea y la fiebre de Crimea-Congo son las más conocidas.

 

Las aves migratorias y otros vehículos de enfermedades

Algunos organismos causantes de enfermedades se las han apañado para viajar subidos a especies más grandes, que además son capaces de desplazarse por sí mismas. Es el caso de los virus causantes de la “gripe aviar”, una enfermedad muy contagiosa que acarrea serias consecuencias económicas. El cambio climático también tiene un  importante papel en su difusión ya que altera las rutas de algunas aves migratorias portadoras naturales del virus, provocando por tanto que llegue a nuevas regiones más temprano de lo que nos tienen acostumbrados estos animales.

De manera paralela el comercio internacional de mercancías, animales vivos o sus productos derivados juegan el papel de una autopista que permite a los vectores de enfermedades llegar a cualquier parte del planeta, incluida la Antártida. Un ejemplo clásico es el de los mosquitos transmisores de enfermedades como el dengue (Aedes albopictus y A. aegypti ) viajando a bordo de neumáticos, plantas ornamentales u otras mercancías que puedan contener agua. Hay documentados también casos de introducción de garrapatas africanas en camellos y bovinos importados. Este problema es conocido, y existen medidas de bioseguridad y vigilancia para atajarlo, pero cuando no son lo suficientemente estrictas —algo complicado de garantizar en un mundo tan globalizado— aumenta el riesgo de introducir enfermedades en nuevos territorios.

 

Las consecuencias también son económicas

Además de afectar a la salud, animal o incluso humana,  la aparición de un brote puede suponer pérdidas económicas de mayor o menor magnitud: la casi inevitable pérdida de producción o incluso el sacrificio de los animales; los costes veterinarios, las labores de desinfección y limpieza y el refuerzo de las medidas bioseguridad en la explotación; por no hablar del parón productivo que supone el vacío sanitario y la pérdida de oportunidades por restricciones comerciales a los productos de las zonas afectadas por el brote.

 

Una visión interdisciplinar para un problema global

Existen baterías de medidas legales y manuales prácticos de operaciones para acotar y sofocar los brotes de estas enfermedades de manea rápida y eficaz. En concreto, para el control de los vectores que puedan llegar a la explotación se aconseja el uso de productos desinsectantes o repelentes; y ahí acaba el papel del ganadero o el veterinario.

El problema a menudo reside en controlar las poblaciones de moscas, mosquitos y garrapatas en su hábitat natural, que ya hemos visto que va ampliándose. Para lograrlo es necesario contar con otras visiones más allá del ámbito de la producción animal. Por esta razón surgió el enfoque «One health», especialmente para la lucha contra las zoonosis, y que requiere el trabajo en equipo y la comunicación entre especialistas de diversas disciplinas: medicina humana y veterinaria, epidemiología, zoología, ecología, climatología, etc.

Pero posiblemente el conocimiento científico por sí solo tampoco sea suficiente. También será necesario desarrollar sistemas internacionales más sólidos de vigilancia y cooperación que nos permitan mitigar los riesgos sanitarios a los que nos enfrentamos y adaptarnos a un entorno cambiante.

Cuando hablamos de alimentación se nos llena la boca, nunca mejor dicho, de comida saludable, consumo de proximidad, de tradición y de “lo nuestro”. Sin embargo, ahora que se acerca la navidad queda patente que precisamente esos dulces navideños tradicionales tan nuestros – turrón de almendra, mazapán y mantecado — han ido perdiendo terreno frente a panettones y bombones con brillantes envoltorios.
Identificar al ganado no es nada nuevo; desde siempre los ganaderos han buscado marcar a sus animales. Lo que sí ha cambiado es el motivo y la forma.
El regadío tiene un papel crucial en la producción de alimentos, especialmente en países del entorno mediterráneo como España. Aunque solo representa el 22,5% de la superficie cultivada, este sistema aporta el 65% de la producción final agraria española, clave para la seguridad alimentaria, la industria y la exportación agroalimentarias. Sin embargo, el agua es un recurso productivo singular: siempre presente en el ciclo hidrológico, pero no necesariamente disponible cuando y donde se necesita. En un contexto de creciente sequía y estrés hídrico, como ocurre en nuestro país, es imprescindible garantizar su disponibilidad. Las dos estrategias clave: almacenar la mayor cantidad de agua posible y ahorrar hasta la ultima gota.