La vocación es indispensable en el agricultor. “Mi madre dice que nací así, que me pasaba la tarde con mi abuelo, y a veces hasta me castigaba con no ir al campo”, relata Marcos Garcés. A los 12 años ya ayudaba a su familia con las tierras; luego quiso ir a la Universidad. “Empecé a estudiar Ingeniería Agrónoma, y enseguida me dejó de gustar, así que me terminé licenciado en Sociología. Ahora estoy terminando Ciencias Políticas por la UNED”, explica. También ejerce de coordinador de Juventudes Agrarias de COAG. Todo ello venía recogido en un artículo titulado Por qué soy agricultor después de la Universidad, que tuvo gran éxito viral.
“Hace ocho años que me dedico solo al campo. Tuve un tiempo de duda sobre si volver al pueblo o quedarme en la ciudad, pero al final terminé entendiendo que aquí ya lo tenía todo”, asegura. Atribuye este momento de diatriba a los prejuicios. “En la sociedad persiste la imagen de que quien sale del pueblo, quien vive en la ciudad, es el verdadero triunfador. Y al contrario, como agricultor tienes calidad de vida”, aclara.
También se da la falsa creencia de que el agricultor no tiene formación académica, y este ejemplo lo contradice. “Sociología no se relaciona directamente con este trabajo, pero se pueden encontrar algunas aplicaciones. Las nuevas generaciones conocemos otro punto de vista del mercado, hemos estado en contacto con el marketing y pensamos en la comercialización del producto”, explica. Todo este valor añadido, que es fruto de una visión más empresarial, da como resultado explotaciones agrarias de mayor eficiencia.
Y todavía hay mucho por hacer. Las tendencias de mercado apuntan hacia la fuerte demanda del producto ecológico, de modo que el campo se está reestructurando en pos de cultivos más eficientes y sostenibles. “Yo ya destino una parte de la explotación a lo eco, pero quiero aumentarla, porque no creo que se trate de una burbuja”, argumenta Garcés, que añade: “Ahora que en el Primero Mundo tenemos asegurada la alimentación, queremos que sea de calidad,”. Sin embargo, critica que algunos productos europeos tengan que competir con los venidos de fuera, donde los estándares de calidad son mucho más laxos.
“Hay que hacer una política agraria que no sea de pasado, sino de futuro”, reivindica, y con ello se refiere también a la repartición de ayudas. Que no se mantengan como hace dos décadas, que recaigan también en los jóvenes que trabajan en el campo, aquellos que por sentido común tienen más complicada la rentabilidad. “Entre todos debemos construir un medio rural moderno, donde se pueda vivir, con servicios. Y trabajar mucho el tema de la imagen, de la divulgación, dando a conocer el sector y educando al consumidor”, concluye.
¿Se puede vivir bien siendo agricultor? “Económicamente, es complicado, pero se puede. Y a nivel humano, no es un trabajo al uso, no hay un horario establecido, y dependes de factores tan incontrolables como los animales o una mala cosecha”, aclara. Pese a todo, él no se imagina en ninguna otra parte que no sea cerca de las tierras que empezaron a cultivar sus abuelos y sus padres. “Este oficio te tiene que gustar, pero si empiezas, te acaba atrapando”, concluye Garcés, quien cree que la agricultura “no es un medio de vida, sino una forma”.
DATO: Tan solo el 3,7% de la población agraria española tiene menos de 35 años, según datos del Fondo Español de Garantía Agraria (FEGA), dependiente del Ministerio. Además, únicamente el 0,55% de los receptores de ayudas de la Unión Europea son menores de 25 años. El relevo generacional es una necesidad que cabe atender, no solo para rejuvenecer un sector primario esencial en el país, sino para cambiar el enfoque sobre la manera de trabajar, que de cara al futuro deberá ser más eficiente y más sostenible. Atraer a los jóvenes, mejor formados, en ocasiones con familia, tiene a la postre otro efecto beneficioso: la reactivación del medio rural.