“Me he criado debajo de un olivo, con mi abuelo, con mi padre, y esa ha sido mi auténtica escuela. A veces me preguntó por qué estudié Ingeniería Agrónoma, pero luego me doy cuenta de lo que he ganado: me ha ayudado a optimizar recursos, a conocer la innovación, a entrar en contacto con otras realidades”, arranca Francisco Elvira, de estirpe enredada en los olivares, como sucede en buena parte de Jaén. “Las cosas han cambiado mucho. Ahora se tiende a la profesionalización del campo y a la concentración de las explotaciones. También hay más conciencia ecológica y se piensa en la sostenibilidad, porque nos hemos dado cuenta de lo importante que es cuidar el suelo para garantizar el futuro de los olivos”, explica.
Aunque es uno de los cultivos más rentables, el olivar requiere de grandes superficies para sacarle partido. Por este motivo, es casi un requisito pertenecer a una familia de agricultores, y la tierra se ha convertido en un bien cada vez más preciado. “Está claro que hay unas barreras de acceso, necesitas conocer el negocio. Pero una vez dentro, la vida del olivarero no es mala”, admite Evira. Se trata de un cultivo menos exigente que otros, con plazos ineludibles, pero también meses de descanso. Entre las ventajas que destaca, está la de “ser tu propio jefe” y “ver de manera inmediata el resultado de tu trabajo”. También hace hincapié en las ayudas de la Junta de Andalucía, así como en las subvenciones provenientes de los fondos europeos.
Su parte preferida es el día a día. Vivir pegado a la tierra, ver cómo germina el trabajo, y recoger el fruto del esfuerzo. “A mí me gustaría que mi hija fuera agricultora. Por la calidad de vida”, reconoce. ¿Tanta es? “Sí, el campo no tiene nada que ver con una oficina. Los tiempos no los marca un jefe, sino la naturaleza. Además, con el paso de los años he ido comprobando algo: la gente arrastra los problemas de las empresas a casa, pero aquí se quedan ahí fuera”.
DATO: Tan solo el 3,7% de la población agraria española tiene menos de 35 años, según datos del Fondo Español de Garantía Agraria (FEGA), dependiente del Ministerio. Además, únicamente el 0,55% de los receptores de ayudas de la Unión Europea son menores de 25 años. El relevo generacional es una necesidad que cabe atender, no solo para rejuvenecer un sector primario esencial en el país, sino para cambiar el enfoque sobre la manera de trabajar, que de cara al futuro deberá ser más eficiente y más sostenible. Atraer a los jóvenes, mejor formados, en ocasiones con familia, tiene a la postre otro efecto beneficioso: la reactivación del medio rural.