Otra cosa que aprendí es que esa visión puede trasladarse a los sistemas creados por el hombre (añadiendo quizás el dinero); entre ellos los sistemas agrícolas y ganaderos, desde los más simples a los más complejos.
Todo este rollo viene a cuento porque la actualidad nos está mostrando un buen ejemplo de cómo puede resultar determinante disponer, o no, de una fuente de energía estable. Veamos cómo.
Este invierno y parte de la primavera, los invernaderos almerienses han hecho su agosto particular, ya que la campaña 2021-2022 de hortícolas ha sido la mejor en precios de las últimas dos décadas. Sin embargo, miles de kilómetros hacia el norte el horizonte para los propietarios holandeses de invernaderos pintaba bastante más gris, ya que los problemas con el suministro de gas en toda Europa han supuesto tal aumento de costes que sus invernaderos han perdido competitividad. Esto se debe a que la considerable producción de hortalizas que consiguen en esa época del año se debe en gran parte a la utilización de sistemas de calefacción por gas natural o por geotermia (que también necesita energía para sacar el agua del subsuelo).
Según nos cuenta Andrés Góngora (responsable estatal del sector de frutas y hortalizas de COAG) la cosa viene de largo aunque se ha exacerbado con la invasión de Ucrania. En octubre, el alza de precios de las tarifas eléctricas supuso, según estimaciones entre un 50 y un 80% de la producción. Muchos agricultores directamente no sembraron, perdiendo su primer ciclo de producción, hecho que disminuyó la oferta de verdura en los países del norte de Europa. La continua innovación e inversión en sistemas de producción en invernadero que ha protagonizado la agricultura holandesa le ha permitido competir en mercados como el alemán, el británico o el noruego. Este es el principal destino de las frutas y hortalizas almerienses, por lo que esta importante subida de precios de la energía ha sacado temporalmente del mercado a la producción local.
Volvamos a la comparación con los ecosistemas, podemos ver al típico invernadero de cristal holandés como un sistema muy particular. Al funcionar gracias a una fuente de energía externa apenas depende de las condiciones ambientales donde se encuentra; o lo que es lo mismo, da igual que el cielo esté nublado la mayor parte del tiempo, lo que ocurre habitualmente en los Países Bajos. En este país comenzaron a construir invernaderos antes de la Segunda Guerra Mundial, impulsados por la necesidad de producir alimentos durante más tiempo aún sin disponer del clima o de los suelos idóneos para ello. Desde entonces, el carácter trabajador e innovador de un país que se considera a sí mismo agrícola ha permitido desarrollar mecanismos que optimizan absolutamente todos los parámetros que afectan a la productividad de un invernadero: diseño, control del clima, uso de la energía y calidad de la iluminación, medios de cultivo, uso del agua, enriquecimiento de la atmósfera en CO2, control de plagas y automatización de tareas, por citar los más importantes. Toda esta capacidad de controlar todo lo que ocurre dentro del invernadero podemos verla como "información" en este caso no como biodiversidad sino como unos niveles de conocimiento científico y técnico asombrosos.
Esto en sí no es bueno ni malo, simplemente es un sistema que funciona estupendamente mientras no falle la energía que lo hace andar. O mientras esta es lo suficientemente abundante, y por tanto barata, como para que todas las innovaciones en las que tanto trabajo (y dinero) se ha invertido se justifiquen en forma de kilos y kilos diarios de hortalizas producidos desde finales de invierno hasta casi el verano (de esas latitudes, ojo). Posiblemente, con la llegada de la primavera y si las circunstancias acompañan, se retomarán las siembras de verano y la producción al aire libre, de manera que estos países podrán surtir de verduras de km 0 a sus concienciados y pudientes habitantes.
Lo que ha ocurrido este invierno nos muestra claramente que la competitividad de los invernaderos almerienses está en el invierno. Aunque en muchos aspectos imita el modelo holandés, el invernadero "sureño" funciona de una manera muy distinta, básicamente porque su fuente de energía es el sol. No depende por tanto del panorama geopolítico y económico mundial sino de la meteorología, lo cual hoy en día y con el cambio climático asomando el hocico tampoco es como para estar del todo tranquilos. Con mil ciento y pico de horas de sol al año aquí el reto está en cómo refrigerar los invernaderos y los almerienses también llevan dándole vueltas al asunto desde hace bastante tiempo. Para ello recurren a diseños que optimicen la ventilación, y también al encalado y desencalado de los invernaderos. Una técnica sencilla y basada en una costumbre local: pintar de blanco cuando el calor empieza a ser excesivo para aumentar la reflexión solar. Práctica que, aunque cuesta dinero, de momento mantiene el contador de energía a cero y el interior del invernadero fresquito como una cueva.
Estas horas de sol permiten completar dos ciclos de producción en estos invernaderos. El de las hortalizas, que comienza con los trasplantes en agosto y está a pleno rendimiento en pleno invierno, cuando en el Norte de Europa están cultivando los futuros plantones, o flores (que esas se pagan mejor en el mercado) y el de las frutas de verano, que comienza en invierno o primavera. Hay cada vez más agricultores que están optando por hacer un ciclo largo con un solo cultivo, desde principios de septiembre hasta finales de abril, que también ganaríamos por goleada en cuanto a tener el invernadero produciendo a tope.
Pero existe otra diferencia muy interesante porque nos muestra un sistema alternativo con muchas posibilidades de cara al futuro. Como dije anteriormente, durante bastante tiempo muchos invernaderos en Almería han imitado a los holandeses en algunos aspectos, como es la producción sin suelo, sobre bolsas llenas de sustrato, combinada con sistemas de fertiirrigación. Otros han mantenido el sistema el cultivo directamente en el suelo, tal como se hacía en los primeros años del desarrollo de los invernaderos, allá por los años sesenta. Quizás por la posibilidad de compararlos, quizás por los aumentos generalizados de los costes de producción o porque la realidad es tozuda a veces, en Almería muchos agricultores han visto que el sistema basado en el uso intensivo de insumos (sustratos y abonos químicos principalmente) no acaba de compensarles del todo económicamente.
Así, el cultivo sobre el propio suelo está recuperando su importancia, impulsado sobre todo por la demanda de los mercado ecológicos. Que son ecológicos pero no les vale cualquier cosa, por lo que se recurre a una agricultura de precisión pero centrada en el funcionamiento del suelo. Un sistema en el que la "información" de la que hablábamos al principio procede del conocimiento humano, pero también y sobre todo de la biodiversidad. Posiblemente sea difícil controlar estos sistemas al milímetro y por tanto será mas complicado obtener cosechas homogéneas y perfectas. Pero tienen una ventaja, esa complejidad aporta mucha resiliencia, es decir permite al sistema absorber perturbaciones manteniendo mas o menos intactas sus características. Algo que, dados los tiempos que corren, puede llegar a convertirse en un superpoder.
Al hilo de esta idea, Alicia Mª González Céspedes e Ieltxu Gómez, de la Estación Experimental Cajamar en Las Palmerillas nos han explicado el nuevo concepto en el que se está trabajando: la intensificación ecológica, algo que puede sonar paradójico pero en el contexto de la producción en invernaderos tiene mucho sentido. La idea es sustituir los inputs externos que garantizan una alta producción (fertilización inorgánica) por la optimización de los servicios que nos proporciona el ecosistema (acumulación de carbono y retención de nitrógeno en el suelo).Y para lograrlo resulta fundamental conocer y saber utilizar la biodiversidad del suelo (hongos y algas microscópicas, bacterias e invertebrados), sus funciones y las relaciones que mantienen entre ellos y con las plantas. Y todo esto sin bajar apenas los rendimientos y manteniendo la calidad de producto que permite llegar al exigente mercado eco suizo o a las cadenas británicas, instaladas ya en el residuo 0.
Estas técnicas de intensificación ecológica en la agricultura todavía se encuentran en una fase inicial, pero prometedora. Actualmente se está trabajando en la utilización de subproductos agrícolas para elaborar productos de valor, como fertilizantes y plaguicidas de origen biológico. Y por si fuera poco, dado que proceso de refinado requiere una fase de fermentación se puede obtener algo de energía en forma de biogás.
Vamos, que en Almería tenemos un sistema productor de hortalizas con carácter propio, del que sentirse muy orgulloso. Que será capaz de funcionar mientras haya luz solar y agua, que será a la vez competitivo y sostenible, capaz de aprovechar al máximo todos los recursos y por tanto capaz de adaptarse al mundo cambiante en el que vivimos actualmente.