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De bióloga a viticultora biodinámica: una historia de innovación sostenible y saludable

Isabel Vidal no se imaginaba que acabaría siendo viticultora biodinámica. Su madre tenía seis hijos, 25 ha de terreno, la mayoría plantados de vid con algunos frutales y mucho amor por esa tierra. Cuando comprobó que, a pesar de sus intentos, a ninguno de sus hijos le había picado lo suficiente el gusanillo de la agricultura decidió que dedicarse a lo que le apasionaba: con la ayuda del "masover" de la finca dedicaría a sus vides todo el tiempo y los mimos que necesitaran.

Isabel en concreto se decantó por la biología, específicamente por la microbiología, esa rama que estudia a los seres vivos más pequeños. Todavía no sabía que de alguna manera acabaría trabajando codo a codo con esos diminutos hongos, bacterias y demás seres microscópicos que observaba por el microscopio. Durante un tiempo trabajó haciendo análisis clínicos, hasta que decidió cambiar de tercio cuando el entonces director técnico de Codorniu le aconsejó realizar un curso de posgrado en viticultura y enología. Cuando lo completó, quedó con la sensación de que el sector se desarrollaba de espaldas a lo que ella consideraba más importante: la viña y la uva.

En 1994 tomó la decisión de retomar la pasión de su madre y dedicarse a la viticultura de manera profesional. Empezó prácticamente desde cero con un antiguo viñedo cultivado en una tierra muy poco productiva, pero con buena situación sanitaria y grado de acidez. Se formó en muchos y variados cursos, pero también en las tertulias de bar con otros colegas viticultores. Comenzó con viticultura convencional, entregando la uva a una empresa elaboradora y enfrentándose al oidio, el mildiu y la polilla del racimo con los medios que había en ese momento. Pero ya desde el comienzo, todas las labores que realizaba en la vid buscaban cuidar del suelo y su fertilidad natural.

En aquel momento, las principales bodegas de cava de la región buscaban gente que quisiera producir para ellos con la idea de "colocar el cava en el mundo". Isabel subió a ese carro, pero con el tiempo acabó dándose cuenta que tendría que elegir entre buscar cantidad o calidad. Y optó por lo segundo.

En 2011 pasó a producir en ecológico. Durante un tiempo compatibilizó el suministro a Freixenet con la búsqueda de clientes que valoraran el tipo de uva que estaba produciendo. Poco a poco la balanza se fue inclinando hacia el lado ecológico, y así acabó produciendo uva para clientes con los que compartía su visión del oficio. Varios años después, en 2016, precisamente uno de esos clientes le animó a pasarse a la agricultura biodinámica. Para quien no lo sepa, esta modalidad supone profundizar más aun para lograr la sostenibilidad; si la tarea del agricultor es de por sí compleja, seguir los principios biodinámicos supone el más difícil todavía. Nos cuenta Isabel que para aligerar la tarea y facilitarse la vida, ha sido y sigue siendo vital relacionarse con otros productores con los que mantener esas reuniones "de bar" que tanto ayudan a ver las cosas de otra manera.

La agricultura biodinámica supone una mirada tan amplia al entorno productivo que llega incluso al sistema solar. Sus principios no siempre se han comunicado bien, por lo que son cuestionados a menudo. Nuestra protagonista, que parte de una formación científica convencional, inevitablemente a veces también se cuestiona qué funciona realmente y qué no. Aunque la producción es menor, este tipo de agricultura da mucho valor algo que para ella también es vital: el cuidado del suelo y sus infinitos y diminutos habitantes, los cuales cuando se encuentran en equilibrio nutren y ayudan a las plantas a enfrentarse al ataque de plagas y a los efectos del cambio climático. 

Uno de los problemas actuales en el sector del vino (y en tantos otros) es el precio que recibe el productor por la uva, y frecuentemente se propone como solución que los viticultores elaboren sus propios vinos, de manera que puedan dar un valor añadido a sus uvas, y cobrar por él. El problema es que la inversión inicial para dar forma a una bodega es muy importante, por lo que la decisión de ser elaborador debe estar muy meditada y calculada. Así, inspirados por la iniciativa del "viver de cellers" (vivero de bodegas) desarrollada en la Conca de Barberà, Isabel y otros miembros de JARC impulsaron la creación de uno similar en el Penedés. Se trata de instalaciones equipadas con todo lo necesario para llevar a cabo el proceso completo de elaboración del vino (salvo las barricas y las botellas, que lógicamente saldrán del bolsillo del productor). Esta iniciativa supone un apoyo importantísimo a los jóvenes viticultores que comienzan en esta aventura, ya que ofrece su apoyo durante los cinco primeros años de su andadura. El vivero también ofrecerá herramientas y oportunidades para comercializar sus productos, ya que además de elaborar el vino, hay que venderlo. Esta iniciativa forma parte del proyecto "Penedès territorio vitivinícola: innovación sostenible y saludable”, cuenta con apoyo institucional y sectorial (Consejo Comarcal del Alt Penedès, ayuntamientos, D.O Penedès y el Centro Tecnológico del vino VITEC) y si todo va bien comenzará a funcionar en la vendimia del 2022

Para terminar, Isabel ofrece tres consejos a los jóvenes que se plantean empezar en este mundo de la vid y el vino. El primero: trabajar con pasión, ya seas productor o elaborador, si quieres conseguir la mejor calidad desde la cepa hasta la botella. Ambos modelos son buenos si son sostenibles en cada una de las fases de la cadena de valor. El segundo: buscar compañeros de fatigas. En la viña a menudo es obligado trabajar "con el culo mirando a Dios" y la cabeza en la cepa, pero de vez en cuando conviene levantar la vista para ver lo que ocurre alrededor y qué camino elegir, que suele ser más llevadero cuando se hace acompañado. Por último y a ser posible, no olvidar el gran valor de los viñedos viejos.

Isabel Vidal es jefe sectorial de Viña y Vino de Jóvenes Agricultores y Ganaderos de Cataluña (JARC-COAG).

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