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Agricultura y cambio climático, tres papeles en un único escenario

Ya está aquí, ya empezamos a verle las orejas al lobo. Es más, ya hemos pasado de hablar de cambio climático a advertir de una situación de emergencia o crisis climática.

Según el 5º Informe de Evaluación del IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático ) se han calentado la atmósfera y el océano, han disminuido los volúmenes de nieve y hielo, se ha elevado el nivel del mar y las concentraciones de gases de efecto invernadero han aumentado La emisión continua de estos gases, que parece somos incapaces siquiera de frenar, no hará sino causar un mayor calentamiento, trastocando más aún los engranajes del clima en el planeta Tierra.  

Nos jugamos mucho. El ser capaces de poner parches para "ir tirando" o que estos arreglos no sean suficientes para garantizar nuestra supervivencia. El calentamiento está aumentando a un ritmo de 0,2ºC por década, debido a las emisiones pasadas y presentes de gases de efecto invernadero. El citado informe advierte de la enorme diferencia que puede suponer limitar el calentamiento a 1,5ºC, tal como propone el Acuerdo de París, frente a llegar a los 2ºC de subida global de la temperatura. Lo consigamos o no, conviene mentalizarse en que los efectos causados por estas emisiones persistirán durante siglos y milenios.

El Cambio Climático es un problema global y muy complejo en el que no se puede generalizar. No todos los países tienen la misma responsabilidad ni se están viendo (o se verán) afectados por igual. Si nos centramos en un ámbito conocido, el sector agrícola y ganadero español, veremos que este juega tres papeles a la vez.

Comencemos con el primero: como cualquier otra actividad humana, la agricultura y la ganadería emiten Gases de Efecto Invernadero (GEI). Son, por tanto, agentes causantes del cambio climático, aunque no los principales. En 2017, el sector con mayor nivel de emisiones en España fue el del transporte (26%) seguido de la generación de electricidad (20%), las actividades industriales (19%) y la agricultura (12%). En resumen, podríamos decir que si el Cambio Climático fuera una película de desastres, la agricultura sería un actor secundario.

Sin embargo, si estuviéramos ante una película de cine negro, claramente la agricultura tendría el papel de víctima. Lo cual es preocupante porque, junto con la pesca y la ganadería, provee de alimentos a la especie humana. Sus efectos incidirán de distinta manera en la producción de diferentes cultivos, según sus características y la zona geográfica donde se desarrolla. Se han identificado cambios potencialmente positivos, como puede ser el efecto del aumento del CO2 sobre la fotosíntesis de muchas plantas cultivadas; si le añadimos unas temperaturas más suaves en invierno esto puede significar una mayor tasa de crecimiento en algunos cultivos. Sin embargo, aunque haya cultivos a los que les beneficie el aumento del periodo sin heladas, lo cierto es que el estrés térmico, los periodos de sequía más prolongados, el aumento de la incidencia de plagas y enfermedades e incluso la incidencia de todos estos factores en la calidad de la materia prima obtenida (por no seguir con la lista de posibles afecciones), no son en absoluto buenas noticias para los agricultores.

 

Con este panorama, y dado que este cambio que hemos provocado va para largo, a los agricultores no les quedará otra que tomar medidas para adaptarse a la nueva situación. La buena noticia es que lo que hace vulnerables a las actividades agrícolas y ganaderas es, a la vez su mayor virtud: el hecho de que estas actividades se realicen en íntimo contacto con la naturaleza le otorga un gran potencial para frenar, aunque sea un poco, el cambio climático, ya que muchos cultivos y tierras de pastos funcionan como sumideros de carbono. Volviendo a los símiles de películas, si estuviéramos en una de aventuras, nuestro sector sería aquel personaje secundario sin cuya ayuda no se hubiera llegado al final feliz.

Las medidas para adaptarse a la nueva situación existen y están perfectamente identificadas, sobre todo las que han de funcionar a corto plazo. Por si fuera poco algunas de ellas también sirven también para mitigar los efectos del cambio climático: cambios en las fechas de siembra o la elección de variedades, uso de cubiertas vegetales en cultivos leñosos, laboreo reducido, rotación de cultivos, plantación de cultivos leñosos, utilización de restos de cosechas o de podas o la optimización del uso de fertilizantes tanto inorgánicos como orgánicos, por citar unas cuantas posibilidades. Lógicamente, conviene estudiar cuáles son realmente aplicables en distintos contextos que existen en un país tan variado como el nuestro y cuáles tienen mayor impacto a corto, medio y largo plazo. Lo que sí resultaría muy interesante sería estudiar nuevas formas de recuperar la conexión con la ganadería, de manera que se logre una economía circular, a gran escala eso sí, que permita un mejor uso de los recursos productivos. En definitiva, trabajar mano a mano con la naturaleza, o con lo que quede de ella si no nos damos prisa.

Antes que nada, conviene aclarar que la normativa considera “jóvenes” agricultores a aquellos con edad comprendida entre los 18 y 40 años; antes eran 35 años, pero la sociedad envejece y en el campo más aún.
Con el fin de año llegan las listas, recopilatorios y repasos varios, y desde “Somos Nuestra Tierra” no vamos a ser menos.
En la actualidad existen ganaderos que han optado por modelos rentables que no pasan por crecer indefinidamente. Y parece que les va bien.